domingo, 27 de octubre de 2013



ITINERARIO PARTE ANTIGUA DE CUENCA: SEMINARIO - PLAZA DE LA MERCED - MANGANA - ERMITA DE LAS ANGUSTIAS

1. EL SEMINARIO CONCILIAR.

Se ubica en la Plaza de Merced, y fue construido por el Obispo Flores Osorio (flores de lis y osos en el escudo que campea sobre la entrada) en 1745, aunque la gran portada barroca de la plaza de la Merced se construyó en 1748.

Se constuyó sobre la muralla, ocupando lo que fueron las casas y el palacio del Marqués de Siruela y Valverde, del siglo XVI.

Destacan en este magnífico inmueble la rica biblioteca que custodia preciados volúmenes y en breve, se espera que acoja una rica colección de códices y manuscritos propiedad del seminario. 

Destaca asimismo el retablo gótico en la capilla del Maestro de Horcajo, que sirve también como sala de conciertos en la Semana de Música Religiosa de Cuenca. También te sorprenderá la portada barroca del seminario conciliar.

El marco en el que se ubica, la Plaza de la Merced, es un bello y monumental sitio de la ciudad de Cuenca, en el que antiguamente existió un convento de mercedarios calzados, que después pasaría a habitarse por Esclavas del Santísimo Sacramento, alias “Las Blancas”. 






Aquí tendrás ocasión de comprobar como siempre las monjas Blancas tienen siempre a una de ellas al cargo de la custodia de la Sagrada Forma, tanto durante el día como durante la noche.

La orden de La Merced, que era la vinculada originariamente al edificio, va muy unida a los asilos de desamparados y esta funcionalidad cumplía el inmueble que actualmente alberga al llamado Museo de las Ciencias.


2. IGLESIA DE LA MERCED.

En la parte alta de la ciudad y colocándonos en la anteplaza y despaldas al Ayuntamiento nos encontramos con una estrecha calle que nos lleva hasta la Plaza de la Merced por una empinada cuesta. Esta Iglesia, actualmente está afecta al seminario, y se construyó sobre los cimientos del Palacio de los Hurtado de Mendoza, hacia 1684.

En este convento estuvo desterrado durante tres años el gran dramaturgo Tirso de Molina. Las causas del destierro fueron varias, entre ellas su discrepancia con el poder central sobre la revuelta de Cataluña y también la envidias de ciertos caballeros de la Corte por el gran predicamento que Fray Gabriel Tellez (Tirso de Molina) tenía como confesor de las damas. Su experiencia en el mundo recóndito de las conciencias le llevó a escribir “La prudencia en la mujer”.




El escudo de los Hurtado de Mendoza (muy maltratado) campea encima de la puerta de la iglesia; en lo alto de la fachada, se conserva en mejor estado el escudo de los mercenarios (la cruz de Malta y las barras de Aragón).

3. LA TORRE DE MANGANA.

Poniéndonos de frente al Seminario y a su izquierda continúa la calle hasta llegar a dicha torre, la cual pudo ser una de las torres del Alcázar árabe (Mangana significa torre del reloj o máquina). La primera acepción se debe a que allí hubo un reloj de sol, y la segunda, a que encima de sus almenas había un fun díbulo o máquina lanzapiedras que defendía los accesos a la ciudad por las puertas de Huete y del Aljaraz (Puerta de San Juan). Más tarde se colocó una campana, que solo suena para anunciar los acontecimientos importantes de la ciudad o la muerte de hombres ilustres de la misma.





Desde la torre de Mangana se ve el magnifico y abigarrado panorama que brinda la vega del rio Moscas, que fue considerada siempre como lugar amenísimo. Aquí recibió su inspiración Villaviciosa (señor de Reillo y canónigo de la catedral de Cuenca) para escribir la epopeya “la Mosquea”.

Numerosas eran las ermitas que la piedad popular había construido en las inmediaciones de la ciudad; casi todas han desaparecido por la violencia de las guerras o el furor vengativo de las revoluciones.

La Ermita de la virgen del Socorro (en el cerro del Socorro) quedó destruida en la guerra de Sucesión (1700).

La de San Jeronimo, en el camino de Buenache, quedó abandonada por los frailes en la exclautración del siglo XIX, y se arruinó.

Quedan todavía: la ermita de San Isidro de “Arriba” (dominando un bello panorama en la Hoz del Jucar), donde existe el enterramiento de los hermanos de la Cofradía de los Labradores de las Hoces del Jucar y del Huecar, pues en San Isidro de “abajo” (desaparecido), tenían otro cementerio los labradores de la vega del río Moscas.

Ermita de San Julián el Tranquilo. La Virgen de las Angustias, junto al antiguo convento de los franciscanos descalzos o alcantarinos (por haber sido reformados por San Pedro de Alcantara).

Virgen de la Luz, a orillas del Júcar.

San Antonio “el Largo”, por estar en el camino de Valencia, muy lejos de la ciudad. 

4. BARRIO DEL ALCÁZAR.

Llegando hasta el final de la explanada del Alcázar, vemos las calles del barrio judío en zig-zag descendente. 

Allí estuvo la Judería a mediados del siglo XIV. Los judios de Cuenca, Huete y otras ciudades de Castilla tenían gran libertad para ejercer el comercio.

La judería estaba separada del resto de la ciudad por un muro, cuyas puertas se cerraban por la noche; se quería evitar con esto la mezcla de las comunidades cristianas y judías, y las posibles reyertas. 

Una vieja tradición nos cuenta que: Un joven cristiano se enamora de una joven hebrea; que tienen que verse a escondidas, y por las noches el cristiano salta el muro de separación para encontrarse con la mujer a quien ama. Una noche es sorprendido por los judíos y asesinado villanamente. Al correrse la noticia del crimen por la ciudad, se toma por asalto el barrio, y gran parte de sus habitantes son pasados a cuchillo. Para evitar sucesos semejantes en el futuro, los judíos se trasladan “extramuros” de la población, más allá de la puerta de Valencia y en lo que ahora es el barrio de Tiradores, construyendo la sinagoga en el sitio que ocupa la parroquia del Cristo del Amparo.

5. BAJADA A LAS ANGUSTIAS.

Colocándonos de espaldas a la Catedral nos encontramos de frente y a la derecha la bajada al Satuario de Las Angustias, donde podemos ver la Cruz de los Descalzos y su famosa leyenda.

La tradición sitúa esta leyenda en el siglo XVIII.

Don Diego, hijo de un oidor de la ciudad, era la vergüenza de su honorable padre y de su familia, a los que deshonraba con costumbres licenciosas. De hermosa apariencia física, apuesto, conquistador, diestro en Justas y Torneos, era, a pesar de sus calaveradas, el ídolo de las damas de la mejor sociedad conquense.

Una dama misteriosa, que apareció en Cuenca durante el verano, consiguió interesar a Don Diego, que intentó en seguida su conquista, pero desapareció de la ciudad tan misteriosamente como había llegado, sin que el joven consiguiera encontrarla, hasta que iniciado el otoño apareció otra vez en la ciudad.

Desde aquel momento, ya no se separó don Diego de ella. De costumbres y maneras tan licenciosas como aquél, la dama desconocida produjo el escándalo en Cuenca. Ante nada retrocedían, desprovistos de todo respeto humano y… hasta divino.

Nada consiguió el padre de don Diego cuando trató de apartarlo de aquellos amores y conductas. Por toda respuesta le dijo que pensaba casarse con aquella dama, de la cual nada sabía, excepto su nombre: Diana. Nombre pagano que asustó al oidor, y pidió a Dios por aquel hijo depravado.

Continuaron aquellas relaciones escandalosas, y llegó en día de Todos los Santos. Precisamente aquella noche, la pareja, reunida con amigos y amigas de mismas aficiones, se divertía y reía del miedo que mucha gente tenía en salir de su casa o bromear a propósito de los difuntos y vida de ultratumba. Don Diego llegó a discutir con don Luis, uno de sus amigos, que segó a acompañarle en un viaje que proyectó hacer en aquel mismo momento por el campo. De tal discusión resultó un desafío entre ambos, que quedó concertado para el amanecer del día 3, ya que don Luis, temeroso, se negó a llevarlo a efecto aquella misma noche.

Pero don Diego y Diana, acompañados de unos pocos, salieron y se dirigieron hacia el atrio de las Angustias. Ninguna de las alocadas damas les acompañó. Solo unos pocos, que muy pronto dejaron solos a los amantes.

La noche, tormentosa, con abundantes truenos y relámpagos, acabó en una lluvia que fue empapando los vestidos de Diana, sentada junto a don Diego en las escaleras del atrio. Al advertir el joven es estado de Diana, completamente mojada, y tiritando él mismo de frío, le propuso guarecerse al abrigo de la ermita. La puso en pie, y al tratar de llevarla en brazos, debido a un relámpago deslumbrante y habiendo quedado un poco levantado el vestido, descubrió no una pierna de mujer, sino una horrible pata de cabra, peluda y fea, terminada en una horrible pezuña.

El libertino Don Diego comprendió al punto su equivocación. Había estado coqueteando con el diablo, en forma de una bellísima mujer. Subió las dos o tres gradas de la escalera donde se habían sentado, pidió auxilio al Dios de sus mayores abrazado a la cruz, y la fingida Diana desapareció en un alarido, envuelta en siniestros resplandores.

Don Diego, aterrorizado, descendió las escaleras y se dirigió al convento de los descalzos, a cuya puerta estaba la cruz. A su llamada respondieron los frailes, ante cuyo prior hizo el joven confesión de su terrible experiencia, así como de sus culpas. No quiso levantarse del suelo hasta que le permitieron quedarse en el convento. Su arrepentimiento fue sincero y total. Vivió aún largos años de su vida ejemplar y penitente, y murió santamente.

Recuerdo de esta leyenda es la cruz, que se conservan el atrio del antiguo convento de los descalzos, en cuyo centro se ve una mano extendida con cinco dedos, y que según la tradición era la huella de la mano de don Diego cuando se abrazó a la cruz pidiendo al auxilio divino, al identificar a Diana con el demonio

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