Corría el año 1615 cuando el Santo Oficio de la Inquisición tuvo que tomar
parte en un asunto relativo a la existencia de un grupo de brujas en la Torre
de Mangana. Al parecer, varios vecinos de aquel barrio presentaron una denuncia
al haber comprobado como todas las noches oían ruidos extraños, gritos
alarmantes e incluso vieron realizar danzas macabras consistentes en hacer
círculos arrojándose finalmente al suelo. También se deslizaban de una parte a
otra de la explanada, oyéndose sus rezos, sus carreras, al tiempo de quitarse y
ponerse la toca repetidas veces pidiendo a gritos la presencia del diablo.
En el barrio y en toda la ciudad se comentaban estos hechos que venían a
hacerse eco de ese tipo de creencias supersticiosas, muy arraigadas en esa
época, las cuales se iban extendiendo como un reguero de pólvora por todo el
país.
Se hablaba que habían visto volar a un grupo de brujas por las noches, pasando
éstas a las casas por las chimeneas como si de simples pájaros nocturnos se tratase.
Nadie creyó, en principio estos comentarios, pero cuando empezaron a ocurrir
casos horribles el pánico cundió por todo el barrio de Mangana e incluso por
toda la ciudad de Cuenca.
Se comentaba que, una noche varios vecinos habían visto volar al grupo de
brujas sobre los tejados del barrio y luego detenerse en el corral o patio
interior de una de las casas, se comprobó a la mañana siguiente que todos los
animales que habitaban en sus corrales, como gallinas, conejos, palomas, patos
etc..., aparecieron muertos sin señales aparentes de haber tenido una muerte
aparatosa o brutal. Esto hizo que muchas familias decidiesen no salir de su
casa después de la puesta de sol. No sólo temían por lo que les pudiese ocurrir
a ellos, sino por sus hijos y abuelos o personas mayores que vivían en sus
mismos domicilios.
A partir de ese momento llegó a pensarse que dos señoras, vecinas del barrio,
cuya vida era un misterio, y además se dedicaban a curar el "mal de
ojo", podrían ser componentes del conjunto de brujas que estaban
complicando la vida a la gente, sintiendo miedo a partir de la llegada de la
noche. Igualmente se comentaba que otra mujer, la cual vivía sola, y su
profesión era curar la impotencia sexual de hombres y mujeres, podría ser
también miembro de tan funesto clan.
Aunque casi todas las noches aparecían de una manera o de otra las brujas, hubo
una semana que llevaron a cabo las típicas danzas y rezos, dando enormes
gritos. Pero la última madrugada azotaron puertas y ventanas con sus negras
tocas lo que originó un gran pánico entre las mujeres del barrio. Hasta que
punto no llegaría a aterrorizar, que las tres únicas mujeres que se encontraban
en estado, abortaron en el mismo día y a la misma hora.
En una nueva acción, en donde hubo desgracias personales, volvió a erizar el
cabello a propios y a extraños, por lo que, nuevamente, una representación de
los vecinos acudieron esta vez al Santo Oficio a presentar la correspondiente
denuncia. Un Comisario llevó a cabo las averiguaciones oportunas y se pusieron
vigilantes para controlar cualquier movimiento anormal que surgiese a lo largo
de la noche, ya que en ese espacio de tiempo solían hacer sus salidas y sus
acciones. Durante el día visitaron a las tres presuntas encartadas, pero se
llevaron una gran sorpresa al comprobar que ninguna de ellas estaba ya en su
domicilio, habían desaparecido sin dejar rastro alguno.
Al día siguiente, uno de los Comisarios del Santo Oficio, encontró en una casa
semiderruida y abandonada a una mujer que se dedicaba a la tarea de adivinar el
paradero de las personas ausentes por poco dinero, aprovechándose de la
credulidad y miedo de sus convecinos. Como la gente era muy supersticiosa, ésta
hacía pasar a sus clientes a una habitación oscura, en donde los tenía toda la
tarde, y luego al anochecer rezaba una serie de oraciones invocando a la luna,
al principio, y luego a la persona de la que querían saber su paradero.
Otra noche ocurrió un caso curioso y a la vez distinto a lo que hasta ahora
había venido ocurriendo. En una casa junto a Mangan vivía un padre y su hijo
solos, pues el resto de la familia había muerto, los cuales tenían una huerta
en la Hoz del Huecar. Una noche, cuando estaban echándoles de comer a los
burros en la cuadra que tenían junto al patio, se abrieron repentinamente las
puertas de dicho lugar y como había poca luz sólo pudieron distinguir a cinco o
seis mujeres las cuales les derribaron al suelo cayendo sobre el estiércol de
las caballerías. Allí les arrastraron sin que ellos pudiesen hacer nada, puesto
que se sintieron faltos de fuerzas.
No había transcurrido aún una semana, cuando vino a ocurrir uno de los mayores
dramas y quizá el que más terror llevó a las familias del barrio y de la
ciudad. Durante la noche aparecieron sobrevolando los tejados un gran número de
brujas, logrando hacer un ruido como si un huracán se tratase. Se llegaron a
percibir todo tipo de rezos y unas risas histéricas, al tiempo de hacer mover
su tocas negras como si fueran alas de aves flotando en el aire. La gente se
pasó la mitad de la noche sin poder dormir, bien por lo que pudieron apreciar o
porque todos se temían que algo gordo iba a suceder.
Cuando el sol apenas ofrecía sus primeros rayos, unos gritos desgarradores
salieron de una de las casas cuya puerta principal daba a la explanada de
Mangana. Una mujer daba gritos de terror y lloraba amargamente, pues su hijo
más pequeño, de apenas un año, lo había encontrado en su cuna muerto con
síntomas de haber fallecido por asfixia. Y en otra casa casa de la Plaza Mayor,
una señora de avanzada edad había sido sacada de su cama violentamente, por lo
que al caer al suelo se había roto una pierna y una clavícula.
Todos estos lamentables sucesos hizo que el Santo Oficio tomase cartas en el
asunto, ya que lo ocurrido últimamente era muy peligroso, pues en el vecindario
y en la ciudad cundió el pánico. Tal era la situación que se formaron varios
grupos, todos ellos de hombres voluntarios, provistos de armas diversas y
sofisticadas, desde una simple estaca a enormes navajas, horcas, rastrillos o
grandes garrotas.
Poca cosa consiguieron en sus rastreos, señales hallaron en cantidad, pero
personas que tuviesen vestimentas de la manera que se apreciaban por las
noches, ninguna. Solamente llevaron ante el Santo Oficio de la Inquisición a
dos mujeres que solían hacer pócimas amorosas para conseguir hechizar a los
hombres. El material fabricado para su acto de brujería era muy singular, pues
utilizaban corazones de pájaros machos, los cocían y luego los troceaban. A
continuación los colocaban en un plato de caldo, les recitaban ciertos conjuros
y se los entregaban a sus clientas para que se lo diesen a comer a sus
respectivos amantes. Al parecer, así los hechizaban y retenían a su lado, impidiéndoles
fuesen con otras mujeres.
En el registro que hicieron en la casa encontraron figurillas de cera y en cada
una de ellas había clavados alfileres, parece ser que era la forma de hechizar
a los hombres. También aparecieron diferentes figuras de yeso de pequeño tamaño
en las cuales aparecían los dos típicos alfileres clavados. A la vista de estas
pruebas fueron procesadas y examinados por los Calificadores del Santo Oficio
esta serie de objetos hallados en el domicilio inspeccionado.
Uno de los últimos casos fue la muerte de un niño recién nacido al cual le
extrajeron las entrañas, porque según decían éstas fabricaban ungüentos
maléficos, y esto lo achacaban a la serie de creencias supersticiosas que la
mayoría de la gente tenía muy arraigadas.
De las brujas de Mangana se habló muchos años en esta ciudad de Cuenca, aunque
también hicieron todo tipo de felonías otras brujas en el barrio actual de San
Antón, así como en las huertas de las hoces del Júcar y del Huecar. Aunque si
bien es verdad entonces muchas personas sufrían alucinaciones producidas por la
psicosis brujeríl existente y quizás algunas acciones achacadas a las brujas
fueran resultado de cierta imaginación popular o de mentes absurdas que
pretendían intimidar a la gente contando cosas horribles más propias de un
sádico.
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